Walking on the moon

Walking on the moon

domingo, 22 de enero de 2012

El vuelo de Les Angles





Una semana ha pasado ya desde la rápida escapada a Les Angles, en el Pirineo francés. Siete días y sigo mirando las fotos que tomé, intentado volver allí con todos los sentidos, porque quiero disfrutar una y otra vez del silencio, del aire frío y limpio en las narices, de la luz deslumbrante que todo lo ilumina “en alta definición”.
La montaña siempre me ofrece la posibilidad de pensar en la eternidad, o por lo menos, en la relatividad del paso del tiempo. En ella veo inscritos los miles de años transcurridos, la sabiduría de la tierra que se regenera. Allí están, majestuosas y te dicen “nosotras mañana estaremos todavía aquí, esta es nuestra naturaleza”, y yo pienso en mi cotidianidad, en el frenesí del entorno que a menudo me rodea, en la caducidad de la vida y ellas representan mi “pensamiento-refugio”, un aliento rescatador, mi paréntesis que quisiera estirar, ensanchar, hasta contenerme por entero. 
Llegamos a Les Angles un sábado al mediodía y, a pesar de no haber nieve, encontré el paisaje igualmente atractivo y sabía que, con sólo estar allí y saborear los perfumes de la tierra y dejarme invadir el alma por la inmensidad del cielo, merecía la pena.
He caminado a buen ritmo, como me gusta a mi, sintiendo el corazón que explota, los latidos en las sienes, el sudor que corre, el aire frío en los pulmones, los músculos de las piernas que se contraen, el cuerpo que vuelve a la vida. Me he sentado mirando un valle dorado, escuchando al viento y esperando que el sol alargara las sombras. Me he bañado mirando las estrellas, numerosas y brillantes. En la montaña las estrellas cobran vida, aparición que a menudo olvidamos. Ya no reconocemos el camino del tiempo a través de ellas, y allí estaba Orión, inmenso, ocupando toda la vista entre una montaña y la otra. 

Me he tomado un “grand café” en uno de los bares del pueblo, dejándome envolver por el aroma y el vapor caliente, mientras los primeros rayos de sol invadían las ventanas. He escuchado el ruido del hielo que se derrite en un lago (sonido que no olvidaré jamás), el silencio eterno del invierno, he besado la tierra y me he fundido en ella, descansando del camino, bajo la protección de un árbol solitario. He volado con la mente tocando todos los picos que aparecían a mi alcance.
Agradezco esta escapada y las montañas que siempre me hacen sentir viva. Agradezco poder seguir viajando idealmente y conseguir llevar grabadas dentro de mí las sensaciones que el viaje me ha regalado.



No hay comentarios:

Publicar un comentario